Lo del capo de Mallorca Cursach

Caso Cursach

Fue una de las escenas más bochornosas que hemos observado en 45 años de democracia. Yo, desde luego, no recuerdo nada tan humillante para el Estado de Derecho. Tomás Herranz, fiscal del caso Cursach, la investigación llevada a cabo sobre el capo de Mallorca del mismo nombre, llorando y pidiendo perdón a la cúspide de la trama en las conclusiones del juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Baleares:

—Tengo que reconocer ante los acusados que han sufrido el daño de la injusticia, y el cambio de la Fiscalía obedece a un intento de repararlo. Es un auténtico fracaso del sistema jurisdiccional—.

El representante del ministerio público no sólo acusó al juez instructor, Manuel Penalva, y a su compañero Miguel Ángel Subirán, que ha acabado fuera de la carrera, de «calumnias», sino que ni siquiera guardó las formas exigibles en cualquier proceso y no digamos ya si es penal. Pucheritos Herranz tampoco se aplicó extensivamente el proverbial aforismo: «La mujer del César no sólo ha de ser honrada sino parecerlo». Los abogados defensores no lo hubieran hecho mejor, de hecho, no se atrevieron a llegar tan lejos. Es más, le aplaudieron a rabiar cuando concluyó su cantosa perorata. Igualito que el fiscal Straserra, magistralmente intepretado por Darín en la oscarizable Argentina 1985, que destripó probatoriamente a lo peor de la nación sudamericana: los gerifaltes de esas Juntas Militares que arrojaban a contrincantes políticos al mar desde aviones de la Fuerza Aérea, que hicieron desaparecer a miles de personas y que robaron cientos de bebés a sus mayoritariamente jóvenes víctimas.

‘Pucheritos’ Herranz no se aplicó el proverbial aforismo: «La mujer del César no sólo ha de ser honrada sino parecerlo»

Dos tipos, Penalva y Subirán, que gozaban de un elevadísimo prestigio en el mundo jurídico palmesano hasta que osaron escudriñar los modos y maneras de un Bartolomé Cursach Mas que controla las grandes discotecas de la Isla, un gimnasio sospechosamente faraónico, parques acuáticos injustificables y hasta una línea aérea que llevaba por nombre su acrónimo, BCM. Juan Balear rebautizó la compañía identificando cada una de las siglas: «Buena Coca Mallorquina». Imagino que por esa joya culinaria autóctona que son las cocas.

Juan Balear rebautizó la compañía BCM identificando cada una de las siglas: «Buena Coca Mallorquina»

La cosa no nos llamaría la atención, o nos asombraría menos, si no fuera porque el magistrado Penalva y el fiscal Subirán imputaron al capo y a su consigliere, Bartolomé Sbert, un total de 17 delitos en 2017: «Narcotráfico, pertenencia a organización criminal, cohecho, extorsión, amenazas, coacciones, uso de información privilegiada, delitos contra la Hacienda Pública, blanqueo de capitales, tráfico de influencias, falsedad documental, estafa procesal, aportación de documentos falsos en juicios, tenencia ilícita de armas, corrupción de menores y delitos contra los derechos de los trabajadores». ¡Ah!, se me olvidaba uno menor: homicidio. Como vemos, medio Código Penal y parte del otro.

Cursach y su lugarteniente Sbert se pasaron un año en prisión provisional, algo razonable teniendo en cuenta el rosario de tipos penales que se les atribuía tras una sesuda investigación de la Policía y, particularmente, de su Unidad de Blanqueo. Servidor, que fue seis años director de El Mundo de Baleares, dio absoluta credibilidad a las pesquisas por varias razones. Entre otras, porque tengo el honor de ser el decano en las denuncias al pájaro.

Bajo mi dirección, El Mundo de Baleares publicó de la mano de Esteban Urreiztieta y otros periodistas un sinfín de informaciones que probaban, más allá de toda duda razonable, que nuestro protagonista no sólo hacía urbanísticamente lo que le venía en gana sino que, lo que es peor, nadie se atrevía a meterle mano. Las ordenanzas municipales en particular y la legalidad en general pasaban de largo cuando se trataba de él. Nosotros no tuvimos miedo al miedo, nos metimos a fondo en materia y desvelamos las mil y una irregularidades que rodeaban a su macrodiscoteca en la Playa de Palma: Megapark. El Ayuntamiento, capitaneado por una alcaldesa honrada, Catalina Cirer, le sancionó y el susodicho se tuvo que gastar 8 millones de euros de la década antepasada para subsanar las infracciones.

Esta tarea hubiera sido imposible sin la integridad moral y la valentía de una familia, los Oliver, propietarios del colindante Hotel Neptuno, que se negaron a darse por vencidos en una lucha que se asemejaba a la de David contra Goliat. El capo les invadía con cemento y más cemento y, lo que es peor, arrasaba con sus potentes altavoces el sueño de los húespedes de su establecimiento. Fueron los primeros en atreverse a romper la omertà que ha imperado ante el personaje y sus cuates de 45 años a esta parte. Es más, la gente agachaba la mirada al paso de todos ellos. Un dato lo dice todo: el Megapark, discotecón en el que se concentraban miles de personas, operaba desde tiempos inmemoriales con licencia de «café concierto [sic]».

Nada hubiera sido imposible sin la integridad moral y la valentía de una familia, los Oliver, propietarios del Hotel Neptuno

Servidor también pagó las consecuencias: contrataron un detective para que siguiera mis pasos mañana, tarde y noche y para que me buscara «debilidades». Tal y como nos reveló a Urreiztieta y a mí otro de sus colaboradores, José Manuel Barquero, en el emblemático Hotel Meliá Victoria, las pesquisas fueron infructuosas. «Su rutina es muy sencilla», concluía el informe detectivesco pagado a precio de oro, «de casa al trabajo y del trabajo a su casa». Ciertamente, ésa era mi vida en esos primeros años de la década del milenio en los que con 34 años me tocó dirigir uno de los tres grandes diarios de la maravillosa región en la que vinieron al mundo mis dos hijos pequeños.

Al diablo lo que es del diablo y al capo lo que es del capo. Cursach tuvo al menos un mínimo rapto de sinceridad al reconocer ante terceras personas, amigas suyas y amigas mías, que «Inda es el único periodista que jamás me ha pedido publicidad a cambio de no publicar noticias sobre mí». Así es. Ahí está la hemeroteca para corroborarlo. Ítem más: fui durísimo con él cuando, en 2003, me dio por publicar una elocuente columna: «Cuando vas de Bernabéu y sólo eres Cursach». Un titular suavito para un fondo durito.

«Inda es el único periodista que jamás me ha pedido publicidad a cambio de no publicar noticias sobre mí», confesó Cursach

No entendía cómo la sociedad civil palmesana permitía que este turbio discotequero se convirtiera en el dueño del Real Mallorca, el equipo que militaba y milita en la Primera División del fútbol español. Las consecuencias no se hicieron esperar: me echó de su gimnasio, el megalomaniaco e inexplicable MegaSport, a la mañana siguiente. Cuando pedí explicaciones, me aclararon: «Son órdenes del señor Cursach». No había vulnerado ningún artículo del reglamento interno, abonaba mis cuotas puntualmente, simplemente, me había atrevido a poner negro sobre blanco la primera crítica que se hacía al auténtico intocable de la Isla.

Fue el primero de un sinfín de avisos, recados y persecuciones varias. El propio presidente de la Comunidad, el corrupto Jaume Matas, me invitaba a arreglar mis «desavenencias» con el capo. Yo le respondía sistemáticamente lo mismo: «No son desavenencias, es periodismo». Tres cuartos de lo mismo ocurrió con Pedro J. Ramírez que, mucho más tímidamente, sibilinamente, como es él, intentó relativizar nuestro espíritu investigador. El uno y el otro, el otro y el uno, pincharon en hueso.

Me fui de la Isla en 2007 rumbo a la dirección de Marca convencido de que la vida seguiría eternamente igual hasta que diez años más tarde, una mañana de febrero de 2017 concretamente, desayuné con la noticia de la detención de Cursach y sus principales compinches. También se ordenó el arresto de una retahíla de policías municipales y cargos políticos que se dedicaban a favorecer sus negocios haciendo la vista gorda mientras hostigaban sicilianamente los negocios de sus rivales a base de multas e inspecciones. El patrón del mal premiaba a sus demonios de la guarda, siempre según la investigación, con fiestas en las que abundaban las prostitutas y la droga, regalos y pases VIP gratis total a un gimnasio Megasport más propio de Dubai o Abu Dabi que de España.

Las indagaciones iban viento en popa hasta que, un año más tarde, los abogados del personaje, capitaneados por el chulesco Enrique Molina, consiguieron materializar la recusación que habían solicitado sobre el juez Penalva. Subirán terminó siendo apartado del caso. Curioso teniendo en cuenta que toda España seguía aplaudiendo el trabajo que había hecho en un episodio de corrupción que dio la vuelta al mundo: el caso Urdangarin, judicialmente conocido como caso Noos. Los fallos de la Audiencia Provincial y el Tribunal Supremo confirmaron todas sus acusaciones, acusaciones que sentaron en el banquillo a la Infanta Cristina y dieron con los huesos del duque em-palma-do y su socio Diego Torres en prisión.

Subirán terminó apartado del caso, curioso teniendo cuenta que España seguía aplaudiendo su trabajo en el caso Urdangarin

Un juez, digámoslo singular, Miguel Florit asumió el caso y, en lugar de continuar investigando el escándalo, se dedicó a buscar las vueltas al magistrado y al fiscal que habían iniciado las pesquisas. Todo ello en comandita con Pucheritos Herranz. Lo primero que hicieron, en una auténtica vulneración del secreto profesional más propia de Sudán del Sur que de un país de la UE, fue requisar los móviles de los periodistas que publicaban las exclusivas del caso y rastrear durante un año sus llamadas. Banana Republic es una nación seria al lado de la España que describe esta siniestra historia.

Las sospechas sobre la instrucción de la instrucción no terminan ahí. Lo primero que hicieron Pucheritos Herranz y su cuate Juan Carrau fue rebajar semanas antes del juicio los años de prisión que pedían para los justiciables capitaneados por Cursach. Como por arte de birlibirloque, sobre la testa del capo pasó de pender una petición de cárcel de 8,5 años a una de 1,5 que, casualmente, le evitaba el ingreso en el hotel rejas al carecer de antecedentes. Y los delitos se jibarizaron: inicialmente eran 17, finalmente sólo tres, pertenencia a grupo criminal, prevaricación y coacciones. Curioso teniendo cuenta que si perteneces a una organización mafiosa lo normal es que no te quedes en una simple prevaricación y en unas meras coacciones. El final del camino fue su libre absolución. De 8,5 años a cero y de 17 delitos a ninguno. Que alguien me explique este sorprendente cambio de criterio.

Banana Republic es una nación seria al lado de la España que describe esta siniestra historia

ODKIARIO ha desvelado en los últimos días, gracias básicamente al extraordinario Miquel Àngel Font, un elenco de curiosidades que en cualquier democracia de calidad obligarían a repetir la instrucción, el juicio y a procesar al fiscal Herranz. A saber: omitió las pruebas de soborno a una funcionaria, se olvidó de un informe policial sobre «regalos» a agentes municipales, se le traspapelaron otras pruebas que constataban el trato de favor de la Policía Local y se debió dejar en casa una grabación que demostraba cómo se avisaba de las inspecciones a los jefes de las discotecas del Grupo Cursach. Del sumario se volatilizaron 14 denuncias, decenas de folios y un centenar de pruebas. No quedó ahí la cosa: a Pucheritos Herranz se le pasó por alto interrogar a decenas de testigos clave. No es la primera vez que Doña Justicia pasaba de largo por Can Cursach. Hace tres décadas largas, dos lugartenientes de este individuo fueron detenidos, y creo recordar que condenados, por narcotráfico.

El colmo de la desvergüenza del fiscal Herranz llegó cuando en pleno juicio acusó a dos de los policías municipales que denunciaron el supuesto entramado mafioso de percibir sobornos. Sobre uno de ellos llegó a insinuar que tenía «una relación sentimental con el fiscal Subirán». Extremo que no está probado porque es literalmente falso. Estas dos afirmaciones le han costado a Pucheritos sendas querellas de los aludidos.

Si camina como un pato, hace popó como un pato y exclama «¡cuacuá!», es un pato. Elemental. Todos sabemos qué es Cursach, por qué ha actuado así la Fiscalía, por qué se apartó a Penalva y a Subirán, azotes históricos de los grandes corruptos locales, y por qué se ha ido de rositas el protagonista principal. No hace falta vivir en Mallorca ni ser Sherlock Holmes para deducirlo. Los ciudadanos locales suelen comentar, entre risas, que «Mallorca es como Sicilia pero sin pistolas». Siempre pensé que era una hipérbole. Cursach y sus protectores me hicieron cambiar de opinión hace años. Si no queremos acabar como Colombia, como Argentina, como las naciones centroamericanas de las maras o como la Italia que vio saltar por los aires a los fiscales Falcone y Borsellino, no podemos ni debemos mirar hacia otro lado. Es un deber ético, estético y legal. Se lo debemos a nuestros hijos. No les podemos dejar un mundo infinitamente peor que el que heredamos.

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